La historia de Yamilka

11 de noviembre, 2020

Texto: Liz Oliva Fernández (Cuba)

Ilustración: Alma Ríos (México)

El Indio es un pueblito rural en las montañas de la provincia de Las Tunas, en la parte oriental de Cuba, en esta localidad el 16 de abril, en plena cuarentena por la covid-19, Yamilka y sus dos pequeñas hijas fueron asesinadas por la expareja de Yamilka. El crimen no es investigado como feminicidio, pues no está tipificado en el país como delito.

 

Yamilka era una mujer desenfadada. Si había fiesta, ahí estaba ella con su vaso de ron disfrutando, porque al mal tiempo, buena cara. Alegre, coqueta, presumida, de estatura mediana, jabá (nombre despectivo para llamar a quienes tienen ascendencia afro, pero son de tez clara). Llevaba una prótesis en el ojo izquierdo. De pequeña, corriendo en el campo, una espina de marabú le jugó una mala pasada. Nunca le faltaron pretendientes. Pocas veces se le vio sola. Vivía la vida en sus términos y bajo sus reglas. Demasiada osadía para un pueblo como el suyo.

El Indio es un asentamiento rural en las afueras del municipio Amancio en las Tunas. Bastan pocos minutos de caminata para tropezar con todo lo que allí existe. El área deportiva, la farmacia, el consultorio médico, la bodega, la panadería, la tienda de productos industriales, el taller de reparación de electrodomésticos, la cooperativa, la escuela primaria, la secundaria… y, el más popular de todos, el círculo social, escenario de los momentos más alegres de Yamilka y también de los más violentos.

La escena se volvió común, normalizada. Viernes, sábados, domingos, Yankiel entre trago y trago la golpeaba en frente de la comunidad. Todos venían, nadie hacía nada. Ella nunca se atrevió a denunciarlo. Ellos tampoco. De hecho, si les preguntas si alguno pudo haber evitado la tragedia, se encogen de hombros y repiten hasta el cansancio que “entre marido y mujer nadie se puede meter”.

Si preguntas a qué se dedican los pobladores de El Indio, te contestarán que la mayoría de los hombres trabajan en el campo o en la cooperativa y que las mujeres no tienen ocupación, que son “simplemente amas de casa”. Ellos cobran un salario, generan ingresos. Ellas no, su trabajo, el de la industria de los cuidados, no vale un centavo. Hay personas en este poblado que manifiestan que atender un hogar, cuidar de los hijos, los ancianos, el marido, velar por los cultivos, por los animales, no requiere el más mínimo esfuerzo. Allí nadie se cuestiona el status quo, siempre ha sido así, ¿por qué habría que hacerlo diferente? Es lo que les toca a las mujeres, ¿no?

Ella debió haberse llamado Yamilka Castell Espinosa, pero su padre nunca la reconoció y pasó a usar los apellidos de su madre y ser Espinosa Guerra; lo mismo ocurrió con dos de sus tres hijas. La primera vez que se convirtió en madre tenía 16 años. Era una chiquilla y su suegra decidió asumir la crianza de la primogénita. Seis años más tarde, vino su segunda hija  y tres más, la tercera. Esa era toda su familia. Con 27 años, Yamilka vivía con dos de sus hijas, una de cinco y otra de dos años, en una casa oculta entre las montañas, alejada del resto. Quizás por eso nadie escuchó ningún ruido la noche del 15 abril de 2020, cuando ocurrieron sus feminicidios.

Yamilka conoció a Yankiel un fin de semana que él salió de pase. El hombre había estado durante un tiempo cumpliendo condena en una granja con varias facilidades por el  secuestro, tortura y violación de su ex novia. Los vecinos insisten en que solo estuvo preso un año, porque en el juicio ella se retractó. Ellos sospechan que la tenía amenazada.

La relación con Yamilka era reciente. No llevaban mucho tiempo juntos, pero había sido suficiente como para que ella ya no quisiera nada más con él. Yankiel no supo procesar el rechazo. Fue ahí que decidió terminar con la vida de ella y la de sus pequeñas hijas,Yaliannis y Rachely

La mañana siguiente, Yankiel le contó a su hermana lo que había hecho y se dio a la fuga. Nadie se atreve a describir la escena o a hablar del tema para no involucrarse. Mientras tanto, él espera su segundo juicio en una prisión fuera de la provincia. Lo tuvieron que mover de la cárcel de Las Tunas, no estaba seguro, dicen. Un ajuste de cuentas, dicen. El padre de una de las hijas de Yamilka decidió tomar la justicia por sus manos, no confía en que el feminicida reciba su merecido.

En Cuba, el delito de feminicidio no está tipificado en el código penal. Yankiel será acusado solamente de asesinato, un crimen que según el Artículo 263 del código penal se sanciona con privación de libertad de quince a treinta años o muerte. Aunque desde el 2003, en la Isla la pena de muerte se encuentra suspendida, año en que se aplicó por última vez. Este artículo fue uno de los modificados en 1999, en uno de los últimos logros en materia legislativa en el país: la Ley №87 que establece como agravante, ser  cónyuge  y  el  parentesco  entre  el  ofensor  y  la  víctima  hasta  el  cuarto  grado  de  consanguinidad  o  segundo  de  afinidad.  No obstante, desde la sociedad civil, las activistas reclaman penas de mayor peso para los feminicidas, pues aseguran que las reformas del siglo pasado están lejos de cumplir con los estándares internacionales. 

Al mismo tiempo, dejan claro que el reconocimiento del feminicidio va mucho más allá de establecer políticas punitivas relacionadas con lo penal. El objetivo es articular un tratamiento diferenciado en materia de violencia de género que sea transversal a las distintas normas legales.

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Recordamos a las mujeres que fueron víctimas de la violencia feminicida en América Latina durante la cuarentena por COVID-19.